Hoy me enfrento a mi pasado,
vuelvo a recordar aquello que un día guardé
en una caja atada de pasados y añoranzas.
Hoy cojo de nuevo mi bici,
y pedaleo con rumbo a mi destino.
Vivencias que solo un niño comprendió,
momentos íntimos, sin tiempo, sin presión.
Llego ya a aquél camino de tierra,
estrecho sendero hacia uno mismo.
Los chopos me abrigan y protegen del sol.
El agua apenas cubre lo necesario
para que los renacuajos cambien sus colas por ancas,
y salten al cobijo de los juncos.
Verde hierba, árbol erguido,
chorro de agua eterno.
Hasta en tus sequías no renunciabas a gritar
no dejabas de asomarte
y bendecir con tino tus arbustos.
Momentos de paz ensimismada.
Los frutos del girasol precioso
acompañan mis silencios.
Y miro enfrente,
a esa fuente que nunca para,
con mi bici a un costado
y mi futuro en el centro.
Momentos de soledad buscada,
instantes de perfección encontrados.
Felicidad, con muy poco. Con nada.
Ahora vuelvo a ese camino del ayer,
chopera talada, junco seco y hierba desbocada.
Ya no hay quien me proteja del sol,
ya no existe nada que pedalear,
ya no estás, y todo es vacío.
Ya no hay flor del astro rey que se gira,
viendo la vida pasar.
Ya no hay memoria.
El niño aquél murió ya.
De agua y chopos
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