Déjame desnudarte, que es mi tiempo.
Tú ya tuviste el tuyo,
creciendo primero en tierra y luego,
haciendo marchita tu efímera juventud,
pasaste al cielo
abrigado por tabla y albero.
Tú fuiste quien en años mirabas al hombre,
frenando el segundero, calendario inmenso.
Dejabas el tiempo quieto,
y el aroma se iba tejiendo.
Saco, refresco, y cae una gota al suelo yermo.
Gota que nunca muere en tus misterios.
Gota que pasa al aire,
y aviva la flor de tus adentros.
Hay vida eterna en los silencios,
de parque de tablas, romance sincero.
La luna llena refleja sin miedo,
tu brillo dorado, tu fuego intenso.
Déjame sentirte, que es mi tiempo.
Envuelto en fino cristal anuncias tus destellos.
Agitada existencia de sensaciones,
olfato místico de niñez repleto.
Acaricia mis labios ahora,
y déjame desnudarte, amarte.
Infinito recuerdo.
El vino de la catedral
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